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SUCEDIÓ EL ARTE

Bea lo ha dicho desde el primer día: si a la gente le da miedo, no lo estamos haciendo bien.

Cuando abrió su propio espacio en 2015, sabía por experiencia que no es fácil que la gente pase de la puerta. La idea de que las salas de arte son un lugar para entendidos y sólo unos pocos pueden coleccionar todavía nos sobrevuela, pero ella estaba decidida a tumbarla como a un vulgar moscón. A compartir su forma de ver esto –la pasión, el negocio, la forma de vida– sin aburrirse ella ni aburrir al personal. Y esta vocación de llegar a todos, cuatro años y pico después, se nota. En la franqueza del trato, también en la del espacio expositivo, y sobre todo en la familia de artistas que ha sabido reunir. Inmediatos, honestos, directos a los ojos y al corazón. Creadores jóvenes pero con trayectoria y una visión diferente (las escenas oníricas de Mónica Subidé, los retratos animales de Daniel Sueiras), arriesgada (esos conceptos tan descabellados como asombrosos de Martín de Lucas) y prodigiosamente ejecutada (el dibujo inapelable de Carlos Tárdez); también maestros veteranos que han perfeccionado una forma de mirar, como Alejandro Quincoces o el Premio Nacional de Fotografía Manuel Vilariño. Todos ellos tienen en común la altísima calidad de su trabajo, una marca individual inconfundible y el reconocimiento de la crítica y el público. También la rara virtud de cautivar al primer golpe de vista, porque el arte, como el amor, se lleva así-asá con la lógica. No todo lo que nos gusta y emociona tiene que tener una explicación –y lo digo yo, que vivo de explicar y dar vueltas a estas cosas–, porque un coleccionista es ante todo un ser humano que cae enamorado.

Ya cuesta imaginar este rincón de Gijón sin la luz de esas ventanas altísimas –ventanas que hablan, que invitan a pasar a los tímidos–, imposible cruzar por delante sin fisgar lo que nos trae Bea este mes. A su alrededor, también la ciudad ha crecido. El cruce de la calle San Antonio con La Merced ya no es un lugar de paso hacia zonas más interesantes de la ciudad: ahora es un enclave en sí mismo, un lugar lleno de locales para detenerse y disfrutar de la cultura y la gastronomía. Bea pone el arte en el centro de todo. Por la galería pasa mucha gente para saludar a viejos y nuevos amigos, y los días de inauguración se convierte en un lugar de encuentros y reencuentros. Si ves mucha gente dentro es probable que haya un artista contando sus cosas, guiando a la gente por la nueva exposición y contestando las preguntas de los curiosos. Las reuniones terminan con aperitivo y tertulia, la gente sentada en círculo, hablando de sus asuntos. No todo en la vida es elevado todo el rato, y no sólo lo elevado nos eleva: también las muestras cotidianas de afecto, el comentario sincero, una broma en confianza. Muchos que nunca habían cruzado la puerta de una galería de arte ahora saben que no se le pide el carné a nadie, y que todos tenemos algo que enseñar y otro poco que aprender. Aquí se cultivan afectos que florecen rodeados de pintura y escultura, de belleza, y este hecho tan simple es uno de los mayores triunfos de Bea Villamarín.

La vida no para. Pasan las Noches Blancas, las ferias nacionales e internacionales irrumpen en la vida cotidiana de la galería con la puntualidad de las estaciones. Llegan talentos nuevos; otros, como Dani, mano derecha de Bea y para siempre un cachín del alma de la galería, dejan una huella imborrable antes de lanzarse a nuevas aventuras. Todos hemos cambiado y mejorado, unos en contacto con otros, en la casa de Bea Villamarín. Es la prueba de que cuando lo que tocamos se transforma y nos transforma, zas, sucede el arte. Sin miedo.

Alejandro Basteiro, agosto de 2019

DIRECCIÓN

Calle San Antonio, 5
33201 – Gijón, Asturias

contacto

hola@beavillamarin.com

+34 985 34 67 08

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